Artículo publicado en ABC.
Pocas veces la reunión de una mesa, que debería ser tan irrelevante como imposibles las propuestas a debatir de autodeterminación y amnistía, ha generado tanta expectación, al menos política y mediática.
La incógnita sobre si el presidente divo, asistirá, presidirá o solo saludará la reunión, o si, mandan a dos condenados y por lo tanto inhabilitados en representación del Govern a negociar su propia amnistía (que después de ver a la Presidenta del Parlament autoconcederse la medalla de oro del Parlament tampoco sería tan raro), o la comparación de la mesa con las negociaciones para la paz en Vietnam (muy desafortunado ejemplo), no puede ser más que una forma de intentar dar relevancia a un acto que no lo debería tener.
En primer lugar porque el papel de los dos gobiernos en la mesa, dista mucho de ser institucional, ya que cada uno va a lo suyo: unos a la independencia, los otros a conservar una mayoría parlamentaria. Objetivos legítimos, pero nunca gubernamentales, sino partidistas.
Pero también porque si tanto empeño ponen en la mesa, igual no es por lo que nos dejan ver encima de la misma, sino por lo que se pueda manejar por debajo y que a buen seguro no será nada en beneficio de la sociedad catalana.
Finalmente, porque aunque se celebre en el Palau de la Generalitat, se trata de una reunión de socios de gobiernos, en la que su objetivo principal será alargar tanto como sea posible sus respectivos mandatos.
En definitiva una nueva oportunidad perdida para llegar a acuerdos para desencallar la necesaria inversión en el aeropuerto del Prat y en Girona, o para ofrecer soluciones a los más de 20.000 jóvenes que queriendo estudiar formación profesional, no podrán, por no haber hecho una adecuada previsión de plazas, o para terminar con los más de 1.000 barracones que suplen la falta de inversiones en escuelas, por citar solo algunos ejemplos de actualidad.