Este artículo ha sido publicado en El Mundo, edición del dia 17 de febrero de 2013
Decía Aristóteles que la ética persigue alcanzar la felicidad del hombre, mientras que el objetivo de la política es alcanzar la felicidad de un conjunto social, así concluía que la ética es una parte de la política y debe supeditarse a ella. Contemporáneo de Aristóteles en la Grecia antigua, Demóstenes, brillante orador y político, fue condenado por aceptar un soborno. Es la corrupción una tergiversación del concepto individualista de la ética, tan antigua como la propia existencia del hombre, y por supuesto, anterior a la propia política.
Sin duda, los casos de corrupción que en múltiples formatos, se nos aparecen de forma incesante, no hacen más que mellar la ya maltrecha credibilidad de los que, hemos optado por ejercer la política como medio para alcanzar el objetivo aristotélico, y extender la creencia de que el principal interés de aquellos que nos dedicamos a ella, lo hacemos con el único objetivo de beneficiarnos de ella. Nada más lejos de la realidad.
Sin ánimo de minimizar el asunto, la corrupción política es cometida por el 1% de los políticos, probablemente ni más ni menos que en otras ocupaciones, si bien es cierto que actuar en beneficio propio con los recursos públicos, que no solo son de alguien, si no que son fruto del esfuerzo de los ciudadanos, resulta completamente reprobable y muy poco ético. Pero hay más, en la medida en que nos escandalizamos con razón, ante el conocimiento de comportamientos corruptos, se produce una deslegitimación del poder político, el cual, por cierto no es más que un poder público.
Es decir, no solo nos enfrentamos a los múltiples problemas de corrupción, si no que nos enfrentamos a una paulatina deslegitimación de los poderes democráticamente elegidos, y por lo tanto debemos ser capaces de abordar la recuperación de la legitimidad perdida. Cierto es también que la grave situación de crisis económica y financiera que vivimos y que afecta a millones de ciudadanos durante ya, demasiados años, está contribuyendo a incrementar la desconfianza en la política, y la verdad es que comportamientos, como el órdago independentista de CiU en Catalunya, producen no solo frustración si no mayor desconfianza, y es que otra forma, eso sí más sibilina, de corrupción, ahora del Estado de derecho, es prometer un paraíso que no existe.
La persecución y represión de la corrupción son necesarias para que todos sepamos que el que la hace, la paga, y en ello debemos esforzarnos en reformar la legislación para mejorar los mecanismos de transparencia de lo público, que hagan más difíciles los actos corruptos, pero más allá de la actividad legislativa, debemos invocar el compromiso de los que nos dedicamos a la cosa pública, con los conceptos aristotélicos de ética y política, no como caminos hacia la felicidad material, si no como camino hacia la actitud recta del hombre: solo así, seremos capaces de recuperar la legitimidad democrática que, como pueblo, necesitamos.