Los pasados días 23 y 24 de abril, tuve la oportunidad de asistir, junto a un reducido grupo de diputados y senadores españoles al Foro sobre el Cambio Climático, organizado por la Universidad de Alcalá de Henares en el Parlamento de Andalucía. El foro, dirigido por el ex Presidente del Congreso y ex Comisario Europeo, Manuel Marín, tuvo en el ex Presidente Felipe González la intervención más esperada, y no defraudó.
Empezó su intervención con una visión de la situación mundial, marcada por la globalización y la crisis, para centrarse en la segunda parte de su intervención en el cambio climático. Por ese mismo motivo he querido dividir esta aportación en esas mismas partes.
Si algo se le puede reprochar al ex Presidente es, desde mi punto de vista, el falso mensaje de tranquilidad que lanzó sobre la situación de la crisis española, ya que vino a decir que podemos estar tranquilos, ya que aunque la economía española caiga un 3% del PIB, economías como la alemana o la británica caerán un 6% y un 4% respectivamente, y que el problema de la crisis española es de la globalización financiera.
Sin duda que parte de razón no le falta en este sentido, pero hay dos aspectos que omite. El primero, y que considero más importante, efectivamente la globalización financiera puede estar en el origen de la crisis actual, pero sus efectos se han trasladado a las economías domésticas y por lo tanto no podemos estar tranquilos esperando que “otros” resuelvan la crisis de la globalización financiera, mientras nuestras empresas cierran y nuestros trabajadores pierden sus puestos de trabajo. Tampoco tengo muy claro que estos “otros” se preocupen demasiado de resolver la crisis financiera global más que de sus propios problemas locales, como más adelante expuso él mismo en relación a la Unión Europea y al cambio climático.
El segundo, el impacto en el mercado de trabajo español de una caída del PIB del 3% es muy superior al impacto en el mercado de trabajo alemán de un 6%, debido a que la productividad española es mucho menor que la productividad alemana, siendo probablemente consecuencia de otra globalización, la de los flujos migratorios, que ha sido mucho más intensa en España, que en otros países de la Unión Europea, lo que ha permitido combinar altos niveles de crecimiento de la economía española, con descensos continuos de la productividad, y por lo tanto de la competitividad global.
Otro aspecto destacable de su intervención, fue una cierta resignación que mostró ante la paradoja europea, ya que expuso que los desafíos globales se deben afrontar des de la globalidad, pero sin embargo se afrontan desde la gobernanza local, refiriéndose al papel que asumen los estados-nación de preocuparse más de lo local, que de lo global, mientras los organismos que permitirían ese papel global son cada vez menos valorados por los propios ciudadanos, y puso como principal ejemplo el crecimiento del euroescepticismo. Es éste sentido apostó por renovar el pacto político que supuso el origen de la Unión Europea en la primera mitad del siglo XX, bajo el marco de los retos que la globalización de esta primera mitad del siglo XXI nos presenta. En éste mismo marco se mostró crítico con la dispersión normativa de las comunidades autónomas españolas, y con la “centrifugación” de competencias que a su parecer localiza todavía más el abordaje de problemas globales.
Razón no le falta al afirmar la necesidad de una refundación de la Unión Europea, ahora bien, o los ciudadanos europeos advierten una utilidad mayor de las instituciones europeas y por lo tanto una mejor adaptación a los problemas locales, y un papel más eficaz ante los retos globales, o el euroescepticismo continuará ganando adeptos.