Humildad

Artículo publicado en ABC.

Hace pocas semanas, en la Escuela de Verano del Partido Popular de Cataluña, el Presidente Núñez Feijóo reivindicaba la  humildad como forma de hacer política. Ciertamente la humildad no es precisamente una característica común entre los políticos, aunque a todos nos iría mejor si la practicáramos más a menudo.

Hoy se cumplen ya cinco años de los atentados de Las Ramblas de Barcelona y de Cambrils y las noticias son: el desamparo que sienten las víctimas, la falta de indemnización de una tercera parte de ellas, la autocomplacencia de la actuación de los Mossos, y para rematar, el uso torticero que algún reducto golpista pretende del dolor de las víctimas.

En nuestra sociedad, la española, que hemos sufrido demasiados años el dolor del terrorismo, no podemos permitirnos que ninguna víctima pueda sentirse desamparada, y por ello la humildad en el reconocimiento y corrección de errores debe ser imprescindible para intentar corregir esa sensación que, legítimamente, sienten las víctimas.

Sin ningún tipo de duda, los Mossos, todos, y los políticos, la mayoría, intentaron gestionar la crisis generada aquellos días de la mejor manera posible, pero no es suficiente. Es imprescindible analizar con detalle todas las actuaciones y detectar fallos, que los hubo, reconocerlos y corregirlos. Es un ejercicio de humildad que no debe implicar en ningún caso, cuestionar el ímprobo trabajo y esfuerzo que se realizó aquellos días, sino exteriorizar la voluntad de mejora.

Me preocuparía que la autocomplacencia que algunos muestran, escondiera una ausencia de autocrítica porque significaría que, sin autocrítica no se reconocen errores, ni se adoptan medidas para evitarlos en el futuro y por lo tanto se podrían repetir. Quiero pensar que, el hecho de que la autocrítica no se haga pública, no es que no exista, sino que tan solo expresa esa falta de humildad a la que me estoy refiriendo.

Quiero dedicar estas últimas líneas a la memoria de las víctimas y a reivindicar su indemnización, no solo la económica legítima, sino moral. Nunca recuperaran lo que perdieron, pero nunca deben sentir el más mínimo desamparo de nuestra sociedad.

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